Deberes del profesor
Asuma ante todo un espíritu de
padre con respecto a sus alumnos, y piense que está en el lugar de aquellos que
le han confiado a sus hijos. No tenga él vicios, ni los tolere. No sea
desagradable su actitud austera, no sea excesiva su familiaridad; no vaya a ser
que nazca de la una odio y de la otra desprecio. Hable mucho de honestidad y
bondad, pues cuantos más avisos dé, menos castigará. No se deje llevar nunca
por la ira, pero tampoco deje pasar lo que debe corregirse. Sea sencillo en su
enseñanza, sufridor del trabajo, esté siempre cercano, pero no en exceso.
Responda gustoso a los que le preguntan, a los que no le preguntan, pregúnteles
de repente. En las alabanzas de las exposiciones de sus alumnos no sea tacaño,
pero tampoco exagerado, porque lo uno provoca disgusto con respecto al trabajo,
lo otro autosuficiencia. Al corregir lo que debe, no sea duro, y mucho
menos, amenazador, pues a muchos les aleja del propósito de estudiar el que
algunos les repriman como si les odiasen. Diga alguna vez, es más, muchas, y
diariamente, cosas que sus oyentes guarden consigo. Aunque proporcione
bastantes ejemplos sacados de la lección para su imitación, sin embargo, según
se dice, la viva voz alimenta mucho más, y, sobre todo, la del maestro al que
sus discípulos, si están bien educados, aman tanto como veneran. No se puede
decir cuánto más gustosamente imitamos a quienes amamos.
Quintiliano,
Institutiones Oratoriae, 2, 2, 4-8.
Deberes del alumno
Después de hablar bastante de
los deberes de los maestros, a los discípulos, entretanto, sólo les recomiendo
esto: que amen a sus maestros no menos que a los mismos estudios, y crean que
son sus padres, no físicamente hablando, sino en el plano intelectual. Este
deber hacia el maestro ayudará mucho al estudio, pues los escucharán mejor y
creerán en sus palabras, y desearán vivamente parecerse a ellos. Finalmente
vendrán contentos y entusiasmados a las reuniones de las escuelas, no se
enfadarán cuando se les corrija, se alegrarán cuando se les alabe, y se
dedicarán al estudio para ser los más queridos. Pues así como el deber de
aquellos es enseñar, el deber de éstos es mostrarse dóciles. De lo contrario,
una cosa no sirve sin la otra. Y así como el hombre nace de la unión de uno y
otro progenitor, y en vano se esparce la semilla si no la calienta el surco
bien mullido, de la misma manera, la elocuencia no puede desarrollarse si no
existe la concordia asociada del que transmite y del que recibe.
Quintiliano, Institutiones
Oratoriae, 2,